miércoles, 4 de marzo de 2009

Comienzo del vértigo

IMG0051A El día de hoy comenzó a las 5 de la mañana. Me encuentro recostado en mi cama, ese lecho que me ha soportado los últimos 6903 días. No obstante, no me levanté con el mismo sentimiento de antes. Ese sentimiento era más fuerte que antes, era un sentimiento perdido entre la costumbre del llamado de mi papá a iniciar un nuevo día.

Hace poco más de un mes no pensaba que me levantaría con las mismas personas que me vieron nacer y crecer. Dios tenia planeado un camino en el que tal ves gire bruscamente el volante, sorprendiéndolo, incluso a Él mismo. Simplemente recuerdo ese día por aquella sensación de vértigo, calma y a la vez de desesperación que produce la caída libre desde un alto edificio.

Pero ese día no vendría de repente, siempre hay un momento antes de caer en la que te atrae llegar a ese fondo desconocido, negro y sombrío como si te pudieses liberar de tu carga, liberándote de tu cuerpo.

Conocía perfectamente que no alcanzaría el dinero para seguir estudiando, pero es más fuerte mi coraje o mi terquedad, como después pude entender.

Fue cuando llegó sonó el teléfono y en el altavoz sonaba la voz tenue de mi papá. Soltó la noticia como un resorte que ha estado recogido por mucho tiempo y sorpresivamente es dejado en libertad toda su fuerza. “Es tiempo de buscar una nueva universidad mucho más económica, no puedes continuar en la Sergio”. Colgué el teléfono y no se hizo esperar mi tristeza.

El no estudiar era dejar una cantidad importante de proyectos en el vació, era dejar de vivir el sueño de ser periodista. Pronto, la necesidad de buscar un culpable se volvió cada vez más urgente. Ver como mi papá aparentemente sufría como si él fuese el que quedase sin uso, cual trapo viejo o televisor recalentado, hizo que hacia mi mamá empezará a corroer el rencor.

Ese rencor era alimentado por todos en la familia, el rencor fluía por mis venas mientras se agotaban las posibilidades de seguir en el estudio. Sin embargo no era el estudio lo que más me daría miedo perder.

Ya se habían agotado todas las posibilidades, la única solución existente era ganarse la lotería y rogar por que aun la ambición de plata de la universidad no se hubiese satisfecho. La ira y la mal interpretación de la mente me hicieron tergiversar lo que sucedía a mí alrededor.

Fue en ese momento de rabia, coraje, furia y desengaño que escribí una carta en la que cualquiera que odie a su madre con fuerza escribiese con menor fuerza. En ese instante comenzaba el día más triste de mi vida.

De inmediato tomé el bus hacia la emisora de radio a realizar el programa que cada semana del último año marcó mi nombre entre las promesas del periodismo. Sabía que me había metido en la tormenta más brava de toda mi vida. No obstante no me arrepentía de lo que había hecho.

En esa tarde no tenía otra cosa en la mente que el miedo y el afán de enfrentar esta situación que no daría la pausa que desata una bomba nuclear, pero que daría los mismos resultados. Caminaba de vuelta a la casa y sonante el teléfono avisaba la llamada de mi padre diciéndome que mi mamá decidía irse de la casa.

El sudor frío recorrió mi cabello, mi cara y mi pecho sintiendo como si fuese sangre de mi desesperación o el precio que estaba pagando por pedir más de lo que podía alcanzar.

Era ya medio camino y otra llamada interrumpía mi camino al calvario, en este caso era mi abuela que detenía mi pasaje para enfrentarme mientras en mi casa mis padres debatían entre un definitivo adiós o la continuación de una guerra que se haría eterna.

La casa en la que alguna vez viví estaba más sombría que de costumbre, mis abuelos esperaban sentados en la cama. Sus caras eran de tristeza y de rabia al mismo instante. Empezamos a hablar y sus discursos que hasta hace unos días alimentaban mi odio, aquella fecha se deslizaban en rechazo hacia mí.

En esa charla comprendí que ya estaba de frente al mundo ó por lo menos ya lo vislumbraba a través del vidrio que por tantos años me había mantenido mi familia. Yo arriesgaba todo por todo, podía quedar sin familia, casa, estudio, sólo me quedaba.

Enfrente los aires del verdadero monstruo al que había que enfrentar, aún me esperaban mis padres a punto de ser parte del club de los divorciados por la plata.

Llegué y aunque no los vi de inmediato su mirada, la de ella, ya penetraba mi retina hasta el nervio que conectaba mi corazón a lo que aún me hacia sentir vivo. La pregunta final ¿quería que mis papas partieran en paz o que trataran de buscarla en este campo de minas que desate en toda la casa? Solamente debía responder sí o no. Respondí para darme tiempo- no sé- no quiero pero a la vez no veo otro camino.

Mi mamá no dejaba de acusar a mi padre ser el causante de todo este revuelto y de ser el general al mando de la carta detonante de todo es torbellino. La disputa continuaba y parecía no tener fin.

El único hueco que podía tapar con el dedo era el de la llaga que le había provocado a mi progenitora. No solté lágrimas pero mi corazón sabía que no valdría llantos más que el abrazo de un hijo a su madre.

Esa noche nos iríamos a la cama con la decisión de mi padre de buscar su paz en otras tierras, tierras que ha visitado muchas veces y en las que sigue buscando lo que nunca será iluminado por la oscuridad.

En mi mente y corazón quedaba la llaga de una madre herida, el desprecio de un padre que se sentía traicionado y el dolor del haber quebrado la porcelana más fina que posee el amor, mi familia.

Así finalizaba el día más triste de mi vida. Desde ese día me desenvuelvo en el vértigo de un huracán que sigue y sigue bajando con una velocidad que no deja pausa para detener el camino y pensar en el error. Se comienza con un error y de ahí se desprende como una letra detrás de otra en está crónica los múltiples errores que colocarán cada vez más en riesgo lo que con terquedad y valor defiendo.

Por: Andrés Cristancho

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